21 de marzo de 2016

Cuando llueve y te preguntas dónde.

Llovía. 
Aunque no sabía si fuera, o dentro. 
Gotas caían pos sus muslos, y desde arriba unas grotescas vistas. Lo giró hacia la izquierda, rojos, sus hombros solo imitaban. Poca luz; gris y naranja eran contrarios y aún así tocaban una de las melodías más tristes del mundo. Juntos chocaban contra el suelo de madera y desteñían los azulejos. Y ella, una de las compositoras más anónimas jamás conocida, frotaba las cuerdas que permanecían rotas sobre su costado. El vapor lloraba al cristal; al espejo, pedía clemencia. Todo flotaba y una vez volvía el frío se condensaba sobre su cabeza. Mojada la lluvia cubría su desnudez. Esta misma extendía sus manos y acariciaba las partes más delicadas, las más ocultas. Ella lo notaba y dejaba trabajar a su vieja aliada. El calor se iba poco a poco, mientras la humedad obstinada construía cobijo entre enjutas. Se iría oxidando, pero de momento todo iba bien. 

18 de marzo de 2016

18 de Marzo de 2016; 22:57

No sé. Me acabo de sentar frente al ordenador sin saber muy bien que escribir. Bueno, más bien he tirado el ordenador en mi cama y comenzado a buscar cualquier combinación de palabras que me sirviera para empezar. Como si un colchón pudiera ser un lugar de trabajo. Como si el somier fuera mi oficina y las sábanas simples becarias. Y qué escribir que merezca la pena ser leído. Como si no hubiese miles y miles de textos protestando, gritando desesperados la palabra cambio entre sus espacios. Como si no se hubiese dicho ya que esto se va a la mierda, que estamos tocando fondo. 

Suena el despertador a las seis y media de la mañana y me niego a abrir los ojos. Me lavo la cara pero sigo medio dormida. Mis párpados continúan cerrados mientras desayuno. Pierdo el tren y me doy cuenta de que desde las seis y treinta y uno tenían que haber estado abiertos. Nuevos Ministerios ahora se encuentra 15 minutos más lejos de mi. Supongo que no puedo pedir a los demás que despierten cuando ni yo soy capaz de distinguir sueño de vigilia. 

Tampoco puedo pedirle al mundo que recupere un poquito de su sentido común cuando el mío está de baja y el ascensor roto. Me seguirá faltando la cohesión, mucha coherencia, y ya ni hablemos de la adecuación. Aún así me considero afortunada al ver cualquier impedimento como un obstáculo y no como una condición. Y ¡madre mía! Menuda suerte al ser capaz de poder elegir entre ambas opciones. 

Sería maravilloso que todos fuéramos menos egoístas. O quizás que hubiéramos nacido sin cuello y nos fuera imposible torcer la cabeza hacia otro lado cuando vemos algo que no nos gusta. Y todo hubiera sido mucho más diferente. 

Pero por mucho que me digan que los párrafos no deben empezarse con pero, creo que poner pegas nunca ha estado de más, y que deberíamos tomárnoslas en serio de vez en cuando. 

No sé. Yo solo escribo mientras las ideas poco a poco se me desgastan. 

2 de marzo de 2016

Everybody hurts this way.

Pesa tanto que anda encorvada, mirando hacia abajo y perdiendo la vista entre pensamientos. Le duelen las rodillas porque están cansadas de caminar, de ir continuamente hacia delante. Sin rumbo. Empuja, porque se cae de sus hombros. Lucha por controlarlo y que no salga de ahí. Lo mantiene entre paredes similares al mármol, pero tan frágiles como el cuarzo. Se dan de sí hasta que es irreversible. Y no volverán a ser las mismas, por mucho que lo nieguen.

Se ha negado tanto tiempo, lo ha escondido tantas veces, que ahora nota como sus murallas se quiebran una vez más. Pero sigue caminando, sigue sujetándolo con todas sus fuerzas. Ya solo se preocupa por eso, que no caiga, que no escape de su cárcel. Aunque sea ella quién acabe por los suelos, no dejará que aterrice sobre el asfalto. Nunca la abandona, y siempre está ahí. Cada vez que gira una esquina, la encuentra, y la busca. No se da cuenta de que ya no está, al menos, por aquí.