25 de noviembre de 2017

Las líneas paralelas nunca llegan a tocarse.

No sé qué es pero me hace llorar como no lo había hecho antes.

Solo flotamos en el espacio, lo sabemos muy bien. Un día ellos chocaron y también lo entendieron. Era noviembre, 25 de noviembre. Después de mucho tiempo en sequía, por fin hoy llovería. Ella decidió salir justo ese día porque le venía bien, su suerte siempre jugaba con ella de esa forma. Él sin embargo, se vio obligado a ponerse el abrigo y probar cómo salían las cosas. El cielo estaba negro y ya daba señales de tormenta, el viento jugaba con las bufandas de la gente y los toldos de los restaurantes. Las calles abarrotadas, hasta arriba de gente. Un sábado a las once de la noche es lo que tiene. Los bares competían por ver quién tenía la mejor música, y cuál la podía poner más alta. Mientras tanto algunos bebían asintiendo, haciendo creer que podían oír todo lo que se les estaba contando. Otros se reían sin sentido, o fingían ahogarse entre carcajadas. 

Ella llevaba los labios rojos, el pelo suelto, liso. Él no hizo mucho, ponerse las lentillas. Cada uno a su ritmo atravesaba las luces de las farolas, pisaba las franjas de los adoquines. Se apresuraban por que no les pillara la lluvia, o quizás el tiempo. Ella llegaba tarde, y él demasiado pronto. A él le tocó esperar a sus amigos, mientras que los de ella sabían que no podían pedir más, que así era. En grupo, cada uno fue a su garito preferido, para ir calentando. Bebieron un par, tres, cuatro cervezas. Ninguno se tambaleaba pero aún así la vista comenzaba a nublarse y todo resultaba mucho más gracioso. 

Empezó a llover y una punzada les sacudió a los dos cuando la primera gota de lluvia calló sobre sus frentes al mismo tiempo, pero a kilómetros de distancia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario ♥